La casa de Arnulfo, siempre tenía árboles y gatos.
Gatos chiquitos, grandes, gordos, flacos, pero siempre había.
Él, el hermano mediano de los hijos de mi abuelo, jugaba con los mininos a aventarlos al árbol para que éstos "hicieran ejercicio", y se reía y su carita se emocionaba, se veía como niño, como cuando yo tenía 10 años y pensaba que ojalá mi papá sintiera no amor, sino simpatía siquiera por los mininos.
Recuerdo también que él nos dejó echarle "un bañito" al gato y cuando lo vimos todo temblorino, decidimos agarrar la toalla nueva de mi tía para cobijarlo, pero al ver que no se le quitaba el frío, prendimos la estufa y lo pasamos rapidito por la flama...
Cuando dijo su lastimero "miau" volteamos la mirada hacia su cara y sus bigotes se redujeron a hilos curvos y chiquitos, como achicharronados...
y no dejábamos de reir!
(es este un post feliz o de maldad infantil? ja ja)
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