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Esa pieza de papel encuadernado que encontré de oferta en una papelería.
De esas ofertas donde la oferta no es tal, sino sólo deshacerse de lo sucio, medio roto o manchado.
Ahí estaba.
Amarillento, maltratado, llamándome.
En realidad no era un diario, sino un cuaderno gordo para listas de contabilidad. Mas qué importaba. No tenía compañero y este podría ser mi confidente y cloaca donde vomitara todas mis asquerosidades.
Había fotos reveladas de cargas negativas, dibujos con tinta schiffer y acuarelas, frases que ya no recuerdo pero que se dedicaban a hombres que no existían.
En las eternas soledades de una mujer sin amor.
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