jueves, 7 de febrero de 2008

El brasier y la pena.

Fuimos a casa de Tima, pedimos hospedaje avisando que estaríamos ocupados toda la noche. Tima nos dejó su habitación e indicó que iba a salir. Nos quedamos un ratote platicando, jugando con las cosas que sucedieron. Que si nos extrañamos, que si nos bromeamos...
Llegó el momento de la pasión. Al estar juntos, de repente dándonos besos, comenzamos a acariciarnos despacito.
Obviamente subieron de intensidad esas muestras de cariño y me hacías la blusa hacia arriba... yo estaba consciente de que era viernes y que cargaba el único brasier que tenía (un poco cochino, porque no me dió tiempo de lavarlo, je je). Normalmente prefería andar con los pechos libres, pero este día hice ejercicio y tenía que sujetarlos de forma alguna.
Me fui hacia un extremo oscuro de la habitación. Y me dijiste que prendiera la luz. Te dije que no.
-¿porqué?
-Nada.
-¿qué pasa?
-Nada.
-Dime.
-En serio, no pasa nada.

Obviamente no te iba a confesar que mi único brasier ocupado el día miércoles lo volvía a ocupar ese día viernes, y que no me había dado tiempo de lavarlo por el trabajo, que olía a chivo, que estaba sucio de sudor y demás cochineros.
En esa etapa de novios aún no me sentía con la suficiente confianza como para decirte ese tipo de intimidades, me podías ver el chocho, meterte, cogerme. Pero esas confesiones de "mi brasier está asqueroso" aún no.
Fue el mismo circo para ponérmelo. A fuerza querías ver lo que traía, pero me escapé al baño en uno de tus descansos y nos fuimos de la casa de Tima, agradeciendo la hospitalidad.
Tú a tu casa, y yo al trabajo.
Beso de pico para despedirse y un abrazo.

No hay comentarios: