jueves, 7 de febrero de 2008

Tus ojos.

No había mucho alrededor. La vía, tu plática tan lenta, tan queda; nuestros pies colgando del borde de la jardinera de cemento de ese árbol gordo que ya había levantado la banqueta.
El señor de la tienda de enfrente nos miraba feo porque ese pedacito de "jardín" lo cultivaba él para que los que cheleaban en su tienda, se sentaran ahí. Y nosotros solamente nos comprábamos unos frikos de colores.

Tu plática, la verdad me estaba siendo indiferente. No sé porqué me distraje que de repente solamente escuchaba unas pocas cosas de las que me contabas. No era tarde como los otros días. Era sábado, por eso salí temprano del trabajo y estaba muy claro aún.

Estaba a punto de decirte que ya me tenía que ir a la casa porque mi papá posiblemente ya estaría en camino, cuando volteé a verte, tratando de disimular mi enfado, me miraste directo a los ojos (aquí sucedió eso de las cursilerías de "te vi, me viste, nos vimos"), y pude notar que eras diferente, especial. Cabrón, creo que ahí me enamoré de ti. Tú me habías resultado agradable, pero no me gustabas. Ese día tus ojazos me dijeron que te quería para mi.

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